Nuestra fe sistematizada

SOBRE DIOS

Dios es Dios, quien existe desde la eternidad. Él no tiene un principio, ni tampoco tiene un final. Si lo tuviera, entonces ya no sería Dios. Dios es el creador de todo lo que existe, y por lo tanto nadie le ha podido crear a Él. De Él depende todo, es el origen, la fuente de vida y el impulso de todo movimiento. De él fluye la vida, y la vida no puede permanecer separada de Él.

Dios es único. No puede haber más que un solo Dios. Él es la fuente creadora de la que emana todo lo que existe.

Dios se ha manifestado a la humanidad desde el principio. Siempre ha querido tener una relación de amor con el hombre. Cuando el hombre le preguntó quién era y cuál era su nombre, Él dijo de sí mismo: “Yo soy el que soy”. Él es quien es, como decíamos al principio, Dios es Dios.

En lo que Dios se ha manifestado al hombre, sabemos que en Él se distinguen tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada uno ha actuado y actúa según su propia función, pero ninguno es superior al otro, sino que los tres son co-iguales y co-eternos, ellos son Dios en tres personas. Es lo que conocemos como la Trinidad.

Base bíblica: Salmo 103:17, Génesis 1:1, Deuteronomio 6:4, Éxodo 3:14, Mateo 3:16-17, Génesis 1:26, II Corintios 13:14.

SOBRE LO EXISTENTE

Todo lo que conocemos e incluso lo que aún no conocemos ha sido creado por Dios. Como decíamos antes, todo tiene su origen en Él; desde la inmensidad del Universo hasta la minuciosidad del átomo. Nada puede existir sin antes haber sido diseñado y creado por una mente inteligente. No es posible que la vida, lo espiritual y lo material provenga de un azar fortuito y descontrolado. Todo es demasiado perfecto, complejo y maravilloso como para creer que provenga de la nada.

Cómo dijo el salmista, “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Cuando vemos nuestras vidas, la naturaleza, la belleza, el amor, los sentimientos, la justicia, nos damos cuenta de que Dios está entre nosotros. En todo podemos encontrar el sello de Dios sobre su creación. De la materia inanimada no surge vida. La vida y toda su complejidad es un milagro que solo puede provenir de un Dios creativo, sensible, poderoso, moral y justo.

Base bíblica: Salmo 19:1, Génesis 1:1, Juan 1:3, Romanos 1:20.

SOBRE EL HOMBRE

El hombre y la mujer son una de las mejores muestras del sello de Dios en su creación. Nosotros fuimos creados a su imagen y a su semejanza. Esta imagen de Dios en el hombre corresponde a su parte inmaterial: la consciencia, el uso del raciocinio, la creatividad, el amor, la compasión, la empatía, la búsqueda de justicia, la búsqueda de la belleza, la búsqueda de la divinidad, la libertad de escoger un propio camino, etc. Todos estos aspectos son reflejos de Dios mismo, son muestras del propio carácter y esencia de Dios.

Base bíblica: Génesis 1:26-27, Génesis 5:1, I Corintios 15:49, Santiago 3:9.

SOBRE LA SEPARACIÓN DE DIOS

Dios creó al hombre y a la mujer para vivir en una continua relación con Él. Creemos que en el inicio, de alguna forma, Dios y el hombre convivían juntos. El hombre y Dios disfrutaban de una relación física y también espiritual. Más allá de las figuras metafóricas que todos podamos tener, lo que el hombre vivía con Dios, era un verdadero Edén. En aquella comunión perfecta con Dios no existía ni la muerte, ni el sufrimiento, ni el dolor, ni el mal.

Todo este gran bienestar se derrumbó en un momento determinado. La relación con Dios se rompió cuando el hombre decidió vivir por su propia cuenta, de espaldas a Dios. La desobediencia, el egoísmo y el orgullo propio invadieron el corazón el hombre, algo que podemos ver en todo ser humano desde el momento en que nace y crece. Estos tres aspectos: desobediencia, egoísmo y orgullo, son actitudes que todo ser humano aceptamos como negativas.

Dios advirtió al hombre de que, en su completa libertad de vida, no escogiese el camino de la desobediencia, el egoísmo y el orgullo, pues si lo hacía, la perfecta relación entre ambos se rompería. Lamentablemente decidimos alimentarnos de ese mal árbol, rompiendo así la relación con Dios y alejándonos de los beneficios que trae la comunión con Él.

Dios tiene muchos atributos que definen su carácter, Él es todo amor, pero también es todo justicia. Un creador tan grande, bueno, poderoso y Santo no podía habitar con la maldad de un hombre orgulloso y soberbio. Nosotros, aun siendo malos, también nos parecemos a Dios en esto. No soportamos estar al lado aquellos que viven en el orgullo y la soberbia. Aun y siendo malos, rechazamos estar cerca de esas actitudes. Imaginemos cómo fue para Dios la caída del hombre. La afrenta a Dios por nuestro pecado fue escandalosa.

Nuestro dolor, el sufrimiento, la injusticia que vivimos y la muerte son consecuencia de nuestra desobediencia a Dios, son consecuencia de nuestra propia decisión de alejarnos de Él.

Base bíblica: Génesis 2:16-17, Génesis 3:6-7, Génesis 3:24, Romanos 5:12.

SOBRE LA SALVACIÓN

En esa lejanía del hombre con Dios no podemos acercarnos a Él por nuestros propios medios. Con nuestros actos y nuestras buenas obras no podemos volver a encontrarnos con Él, pues aunque lo intentásemos con todas nuestras fuerzas, nuestra inclinación al mal ya está en el corazón desde que caímos.

Aun así, la misericordia de Dios se hizo manifiesta desde el mismo momento en que el hombre decidió tomar su mal camino, Dios ya manifestó su gracia sobre nosotros al prometer que la simiente de Eva, Jesucristo mismo, pisaría la cabeza de la serpiente, la cabeza del mal. Por medio de Jesús, el hombre podría alcanzar la restauración de su relación con su Padre, con Dios.

A lo largo de los siguientes años, Dios fue preparando a un pueblo, que luego se llamaría Israel, que sería portador del mensaje de salvación para el mundo. Ese mensaje de Salvación es Jesús mismo, Dios Hijo hecho hombre. Año tras año Dios puso profetas en el mundo que hablaban de lo que Dios pedía del hombre (hacer justicia, amar la misericordia y humillarse ante el Señor). Estos profetas preparaban el terreno sobre el que vendría el Mesías, el Hijo de Dios.

Llegó el día en que Dios se hizo hombre y habitó entre los hombres. Por medio de Jesús recibimos un mensaje de paz, de amor, de justicia, de perdón y de restauración para con nuestros hermanos (la humanidad) y para con Dios (nuestro Padre).

La justicia y la santidad de Dios era tan grande y perfecta que no podía habitar con la maldad del hombre. Pero su amor y su misericordia aún estaba por encima de su justicia, es por eso que envió a su Hijo, quien siendo perfecto, justo, santo y sin mal, se entregó para morir en el lugar nuestro.

Si la muerte viene por causa del pecado, Jesús no tenía por qué morir. Pero en su entrega hasta la muerte cargó con todos nuestros pecados. Pablo dijo algo que define muy bien la obra que el Padre quería hacer con Cristo en nosotros: “Teníamos una deuda porque no cumplimos las leyes de Dios. La cuenta de cobro tenía todos los cargos contra nosotros, pero Dios nos perdonó la deuda y clavó la cuenta en la cruz de Cristo. (Colosenses 2:14)”.

La cuenta de nuestro pecado fue clavada en la cruz de Cristo. Por su muerte ahora tenemos acceso a nuestro Dios. Por su muerte recibimos su Espíritu Santo en nuestros corazones. Por su muerte ahora tenemos paz, libertad y un gozo que está por encima de nuestras circunstancias. Por su muerte ahora tenemos la promesa de la vida eterna. Una vida en la que todo volverá a al cauce para el que fuimos diseñados. Una vida en la que toda la naturaleza será restaurada, y ya no habrá más sufrimiento, ni llanto, ni dolor, ni muerte.

Para recibir la salvación tan solo hay que creer en Él, amarle, y vivir una vida en comunión con el Espíritu de Dios.

Base bíblica: Romanos 3:23, Salmo 51:5, Génesis 3:15, Juan 3:16, Juan 14:15, Romanos 5:1, Colosenses 2:14, Apocalipsis 21:4.

SOBRE LA VIDA EN EL ESPÍRITU

La salvación no consiste sólo en saber que somos salvos de una eternidad alejada de Dios. La salvación es vida, vida en todos los sentidos. Una vida que comienza en lo espiritual, y que acaba trascendiendo a todos los rincones de lo físico.

La fe en Jesús no se puede recibir si no es por la llegada del Espíritu Santo. Cuando nos acercamos a Dios en humildad, sin doblez en el corazón, sin segundas intenciones, simplemente por amor a Él, el Espíritu Santo llena nuestro interior con su presencia. Esto crea en el hombre hambre de leer y entender su Palabra, hambre de hablar con Dios, hambre de agradarle, hambre de servir a los demás.

Pero no solo eso, aún hay más, cuando el Espíritu de Dios llena nuestro interior, se crea una comunión entre el corazón de Dios y nuestro corazón. En ese momento recibimos una paz que sobrepasa todo entendimiento, y destilamos un fruto que proviene del Espíritu: el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fe, la humildad y el dominio propio.

¡Pero aún hay más! Cuando somos llenos del Espíritu de Dios, y nos mantenemos en su dirección, también viene lo sobrenatural. Cuando Él quiere, se manifiesta con dones sobre nosotros, dando a unos, palabras de sabiduría muy precisas; a otros, palabras de ciencia o entendimiento que disipan toda duda; a otros, fe para sobrepasar grandes dificultades; a otros, sanidad para los enfermos; a otros, milagros; a otros, profecías; a otros, mensajes en lenguas extrañas; y a otros, la interpretación de esos mensajes.

La vida en el Espíritu es algo que en realidad no se puede explicar con palabras, para poder entenderla de verdad, debe ser experimentada. Lo que sí es fácil de explicar es que quien realmente descubre la vida el Espíritu de Dios, nunca más quiere alejarse de ella. El Salmista dijo “un día en tu presencia es mejor que mil fuera de ella”. Algo así solo lo puede decir quien realmente lo ha experimentado.

Esta vida en el Espíritu de Dios es para todos los que han nacido de nuevo, y si la deseas solo es necesario pedírsela al Padre. Pues si nosotros, siendo malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Base bíblica: Juan 6:63, Juan 3:5, Santiago 4:6, Filipenses 4:7, Gálatas 5:22-23, I Corintios 12:7-10, Salmos 84:10, Lucas 11:13, I Corintios 2:14.

SOBRE LA BIBLIA

La Biblia es un mensaje de Dios para el mundo. A través de la ella podemos conocer todo aquello que Dios ha dicho de sí mismo y del hombre. Nosotros creemos que toda la Biblia es Palabra de Dios inspirada por el Espíritu Santo, y que por lo tanto, es útil para enseñarnos, corregirnos y mostrarnos cómo vivir de una manera agradable a Él y al resto de las personas.

El conocimiento de la Biblia por sí mismo no sirve para transformar nuestras vidas. Tan sólo cuando somos sensibles al Espíritu de Dios y permitimos que obre en nuestras vidas, es cuando Su Palabra se ilumina ante nosotros. Ahí podemos decir que convierte nuestra alma, nos hace sabios, alegra nuestro corazón y alumbra nuestros ojos.

Base bíblica: II Timoteo 3:15-16, II Pedro 1:21, Salmos 19:7-8.

SOBRE LA IGLESIA

La Iglesia es el conjunto de personas que han decidido seguir a Jesús y entregarle a Él sus vidas. Este conjunto de personas es el cuerpo de Cristo, y este cuerpo es a la vez, habitación y Templo del Espíritu de Dios.

Si la Iglesia es el cuerpo de Cristo, ésta debería actuar como Cristo en la Tierra. Como Iglesia, somos las manos y los pies de Jesús. Debemos movernos para llevar luz, paz y vida allí donde hay oscuridad, sufrimiento y muerte. Solo de esa manera seremos la luz que Dios desea mantener en el mundo.

Todos los que recibimos a Jesús, los que creemos en su nombre, somos hechos hijos de Dios, y porque somos hijos, también hermanos unos de los otros. La Iglesia es una gran familia donde abunda el amor, la amistad, la alegría, la compasión y la empatía.

Base bíblica: Efesios 5:23, Efesios 2:19-22, Juan 1:12, Marcos 16:15-18, Mateo 5:13-14, Juan 13:34-35.

SOBRE LO QUE VIENE DESPUÉS

Jesús volverá a buscar a su Iglesia, a aquellos que, creyendo en Su Nombre, hayan sido hechos hijos de Dios. Todo el mundo verá su venida. Él vendrá a librarnos de nuestra naturaleza caída y corrompida. Aquellos que siendo hijos de Dios hayan muerto a lo largo de los siglos serán resucitados, y juntos seremos llevados con Cristo.

Él hará Nuevos Cielos y Nueva Tierra. Dios restaurará todo aquello que el pecado del hombre corrompió. Allí ya no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor, porque todas estas primeras cosas ya habrán pasado. La naturaleza también será redimida de nuestra corrupción. El lobo y el cordero pastarán juntos.

Por el amor y la misericordia de Dios, todos los que hayamos decidido amar a Dios en esta vida, seremos restaurados por Él, Dios volverá a hacerlo todo como al principio, disfrutaremos de su compañía y su creación por la eternidad.

Aquellos que en esta vida deciden dar la espalda a Dios, no estarán con Él en esos Cielos Nuevos y Tierra Nueva. Dios no va a obligar a nadie a estar al lado suyo por la eternidad. Así que los que se nieguen vivirán lejos de su presencia a pesar de no ser la voluntad y el deseo de Dios. Allí no habitará el bien ni la paz. También será el destino de Satanás y sus ángeles.

Base bíblica: Isaías 65:25, Apocalipsis 1:7, Romanos 8:20-23, Mateo 25:46, Apocalipsis 20:10-15, Lucas 21:25-38.